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Mi conversión ecológica

Mariel Esther Wall Guzmán

“Todo está conectado” (LS, 16)

Soy Mariel Wall, una niña de la costa de Veracruz que a la mitad de su vida se volvió citadina. Mis primeros años de vida transcurrieron en un pueblo pequeño llamado “El Zapotito”, en donde fui cuidada por mis abuelos. Crecí rodeada de cañales, “tizne” de la zafra, pollos, cerdos, perros, cotorros, de un burrito y de un río.

La vida en el pueblo era normal, ir a la escuela, regresar a hacer la tarea, ver tele y, por la tarde, ir al rosario acompañada de las señoras de la Legión de María. Entre semana, la escuela, y el domingo, sin falta la misa. ¿Qué más podrías hacer en un lugar tan pequeño?

Me recuerdo feliz al visitar el templo y tener esa experiencia con el creador, que a mi corta edad no sabía cómo procesarlo ni explicar lo que en mi interior pasaba. Mi primer acercamiento a la eucaristía fue por curiosidad. Mi hermano, cuatro años mayor que yo, ya había hecho la comunión y yo le pregunté qué era lo que tenía que hacer para “comer el cuerpo de Cristo”. Él me contestó que necesitaba hacer la primera comunión pero antes tenía que aprender a leer. Mariel, de seis años, tuvo en la cabeza como único objetivo aprender a leer para poder ir al catecismo. Un año más tarde logré mi objetivo, hice mi primera comunión y me volví lectora.

Al entrar a la adolescencia, por fin pude estar con mi mamá en la Ciudad de México. Fue aquí, en el Altillo, donde conocí a los Misioneros del Espíritu Santo e ingresé a la pastoral juvenil; pasé por Éxodo, Emaús y Jóvenes profesionistas.

Al cumplir 18 años, elegí estudiar Ciencias Ambientales. A la mitad de la carrera tuve muchos cuestionamientos por parte de mis compañeros y profesores respecto a ser creyente y científica. En el paradigma tecnocrático no hay manera en que la espiritualidad, sea la que sea, pueda contribuir en la construcción de la sustentabilidad, vista desde una manera más integral —retomaré este tema más adelante—.

No pude responder aquellos dilemas, pero estaba segura que, de alguna manera, mi espiritualidad y la ciencia podían estar juntas. Tal vez no tenía la información suficiente. Meses después, en el Altillo, formamos un grupo llamado “Ecocrea”, que tenía por objetivo acercar a las personas al cuidado del medio ambiente a través de la espiritualidad. Un año después se publicó Laudato si’, segunda encíclica del Papa Francisco, fue lo mejor que pude haber leído. Esta contradicción de la ciencia y la espiritualidad se disolvió, me llené de valor para poder dialogar en la Universidad al respecto. Para ese momento, mi objetivo profesional era conjuntar mi experiencia académica con Laudato si’.

Tres años después lo pude hacer, participé como voluntaria en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Panamá. Durante nueve meses, planeamos varias actividades para dar a conocer el mensaje de Laudato si’ a los peregrinos. Más allá de mi práctica profesional, para mí fue una experiencia enriquecedora que me dio la oportunidad de profundizar en mi espiritualidad.

Laudato si’ representa para mi un antes y un después, me ha ayudado a ser más crítica de la crisis socioambiental y acercarme a la sustentabilidad desde una visión más integral. También me permite hacer una lectura de la actualidad desde la compasión y la acción. Como científica, hago todo lo posible para que mi investigación no se vea encasillada por el paradigma tecnocrático[1] cuyo único objetivo es extraer la información del objeto de estudio, en este caso la naturaleza, y ejercer un dominio y posesión. También hace referencia a que los productos de la ciencia, y la ciencia en sí misma no es neutral. Francisco acota que se ha tenido un avance significativo en la ciencia y la tecnología, pero no así en la ética para su uso, “la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder” (LS, 136).

Laudato si’ me ayuda a recordar que no hay justicia ambiental sin justicia social, que debemos escuchar “tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS, 49). Me alienta a seguir promoviendo nuevos estilos de vida, a indagar sobre cuáles son las razones de nuestro consumo desmedido y me hace seguir cuestionándome sobre cómo elegir un estilo de vida sobrio.

Por último, me gustaría invitarles a pensar: ¿cuándo fue la última vez que nos detuvimos a apreciar nuestra casa común por el simple hecho de estar y ser, sin verla como un objeto?

Referencias

Laudato si’ (24 de mayo de 2015) | Francisco. (s.f.). Vatican. https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html


[1] Se puede profundizar más sobre el paradigma tecnocrático en el tercer capítulo de Laudato si’ titulado “Raíz humana de la crisis ecológica.”

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