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Itztlacoliuhqui. La extraordinaria deidad mexica que personifica a la justicia

Abraham Daniel Flores Cepeda[1]

Hablar de religión, en estos tiempos modernos, implica la aparición de diversas reacciones al respecto: para algunos es un símbolo residual de un pasado del cual se aprende y se pretende superar; para otros, es un elemento relativamente folclórico y común a todas las sociedades humanas; y, para un tercer grupo de estudiosos, podría ser un fundamento importante de dichas aglomeraciones humanas, pues es entendida como la experiencia en la que el ser humano tiene cita con lo místico, así como con todas aquellas cosas que son, según su entendimiento, superiores a él.

Así las cosas, se deriva que la religiosidad es un suceso antropológico por naturaleza; el ser humano tiene una noción de que existe y que él no fue el responsable de haberse creado a sí mismo, sino de que ha sido creado por algo o alguien superior a él, y que tiene plena capacidad de crearlo a él, así como a todo lo que le rodea. Por extensión, el hombre es, sobre todo, un homo religiosus. Pese a las diversas reacciones y acepciones que se tienen del concepto de “religión”, es innegable que el hecho religioso tiene implicaciones sociopolíticas y culturales (así como económicas) de alto impacto en todas las sociedades humanas.

Bajo ese contexto, John B. Noss nos dice que “… de un modo u otro, toda religión dice que el hombre no se basta a sí mismo. Está vitalmente relacionado con poderes de la Naturaleza y la Sociedad…”; pudiendo señalar, de forma general, que el ser humano, de todas las latitudes y épocas, ha buscado las respuestas inherentes a las interrogantes que envuelven a ese “misterio”, acorde al nivel de entendimiento y razonamiento de la época (tal y como lo diría San Agustín: “una fe no razonable deja de ser fe, puesto que nadie puede creer en algo si antes no considera que es razonable creerlo”), en la naturaleza misma: busca a Dios en el mundo, en el medio ambiente, en la creación, en sí mismo…

De igual modo, la noción de “religión” es, en buena medida, indisoluble a la diversa noción de “deidad”[2], idea que, en sí misma, ameritaría una lista interminable de tratados, investigaciones y estudios tendientes a definir su naturaleza, así como sus propiedades y atributos; siendo, en la mayoría de los casos, el principal fundamento que le da una razón de ser a la mayoría de las religiones existentes en el mundo. Según la real Academia Española (RAE), una “deidad” es aquel “ser divino o esencia divina”, o bien, “cada uno de los dioses pertenecientes a las diversas religiones”.[3] Así las cosas, es dable decir que Mesoamérica, la icónica área cultural acuñada por Paul Kirchhoff[4], no fue la excepción a la regla; pues fue, en primer término, la cuna de diversas sociedades originarias que, a lo largo del tiempo, desarrollaron sus propias creencias religiosas que estaban estrechamente asociadas a las complejas cosmovisiones que intentaban dar una respuesta mística a sus respectivos orígenes, así como a todo lo que les rodeaba.

Los mexicas, a su vez, tampoco fueron ajenos a lo anterior pues, a pesar de que fueron el último pueblo mesoamericano en asentarse en la Cuenca de México, formaron y consolidaron, a la postre, una rica compleja tradición religiosa, cosmológica, política, artística, filosófica y astronómica nutrida, en buena medida, por un sincretismo de religiones en las que asimilaban y fusionaban a sus dioses con los dioses de otras culturas contemporáneas. Acorde al investigador Rafael Tena, los aztecas no imponían a sus propios dioses, sino que prevalecía “una tendencia a adoptar los dioses de otros pueblos”[5]. Se contabiliza un promedio de quince deidades principales para los mexicas, entre las que hallamos a Tláloc, Quetzalcóatl, Huitzilopochtli, Coatlicue, Coyolxauhqui, entre muchas otras. Sin embargo, y según lo contenido en diversas fuentes históricas, puede haber hasta un total de 114 dioses de los que se pueden categorizar como “creadores y providentes, de la fertilidad agrícola y humana y del placer, de la energía cósmica, la guerra y los sacrificios humanos”.

Es aquí donde hace su aparición, dentro de este inmenso y complejo panteón politeísta de dioses, la deidad Itztlacoliuhqui, un dios que, en comparación con otros, no ha sido del todo estudiado y abarcado por los eruditos de la materia y que es inusual encontrarlo dentro de la vasta literatura que ha abarcado el tema. Hay mucho debate y polémica sobre el significado real de su nombre nahoa. Su nombre proviene de la aglomeración de las partículas “Itzcoliuhqui” (“Cuchillo de obsidiana torcido”), “itztli” (“Obsidiana”), “tla” (objeto) y “coliuhqui”, dando como resultado el nombre “Cuchillo curvo de obsidiana”. Algunos otros dicen que su nombre significa, literalmente, “Espada curva de obsidiana”[6], aunque otros creen que esta es una traducción errónea. Richard J. Andrews nos dice que su nombre significa, verdaderamente, “Que todo se ha deformado por medio de la frialdad” o “Planta-Asesino-Escarcha”[7]. Todavía hay otro sector de estudiosos que piensa que su nombre significa “El que lleva un gancho de obsidiana”.[8]

Figura 1
Representación de Itztlacoliuhqui en el Códice Borgia

Dentro de la mitología mexica, este dios es la personificación del ideal incorruptible de justicia, además de ser el dios de la obsidiana, el señor del sacrificio, de los desastres, de los objetos con forma de cuchillos, así como deidad del frío, las heladas, la escarcha, el castigo y la miseria humana. Es identificado, igualmente, con otros dioses como Quetzalcóatl o Tezcatlipoca. Su apariencia física, a veces, incluía una venda en los ojos. En consecuencia, un apodo suyo es “La justicia con los ojos vendados”. Esto simboliza su relación y su papel de personificar a lo justicia y, como tal, su labor de implementar el castigo debido a los espíritus del inframundo[9], así como a los seres humanos. No obstante, otros afirman que la venda se usaba, realmente, para cubrir su frente herida desde el momento en que recibió el disparo de una flecha, perpetrado por el dios Tlahuizcalpantecuhtli[10]; pero en otra versión, fue el dios Tonatiuh quien perpetró dicho disparo. Es aquí donde tiene cabida el mito de su origen: en el mito mexica de la creación, Itztlacoliuhqui comenzó su vida como el dios Tlahuizcalpantecuhtli, el dios de la madrugada y el planeta Venus. Se dice que, en principio, Tlahuizcalpantecuhtli era una deidad muy alegre y feliz; pero cierto día Tonatiuh[11] demandó obediencia y sacrificios de los otros dioses antes de seguir moviéndose por el cielo. Es aquí donde Tlahuizcalpantecuhtli se puso muy molesto por ello, se encargó de la situación y le disparó una flecha al sol. La flecha no alcanzó a llegar hasta donde estaba Tonatiuh y éste, en respuesta, le disparó de regreso otra flecha a Tlahuizcalpantecuhtli, hiriéndolo en la cabeza; fue en ese momento cuando Tlahuizcalpantecuhtli se convirtió en el dios del frío y la obsidiana, que se llama Itztlacoliuhqui, aunque hay otros que dicen que la herida en la cabeza, en realidad, hizo que Tlahuizcalpantecuhtli se convirtiera en piedra, y que su nueva apariencia coincida ahora con su nueva personalidad amarga, helada e imparcial (que complementa, en gran medida, su papel como la personificación del ideal incorruptible de justicia de los mexicas).[12]


[1] Es licenciado en derecho, por parte de la Universidad del Valle de México, Campus Lomas Verdes, maestro en derecho fiscal por parte de la Universidad Humanitas, Campus Presa Madín y es, actualmente, estudiante de la licenciatura en arqueología por parte de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Goza de un profundo interés por los derechos humanos (especialmente por los derechos culturales, que son una variante de los diversos derechos humanos de los que gozamos), así como por el patrimonio natural, histórico, artístico e histórico de México, y por la gestoría cultural. Hoy en día ejerce la abogacía de forma independiente.

[2] Aunque la regla general de toda religión no es así, pues hay religiones no deístas que no creen en dioses, deidades o en entidades sobrenaturales, tales como el taoísmo, el confucionismo o el budismo que se traducen, más bien, como “estilos” o “filosofías” de vida.

[3] “deidad | Diccionario de la lengua española”. «Diccionario de la lengua española» – Edición del Tricentenario. Consultado el 21 de enero de 2024. https://dle.rae.es/deidad.

[4] Y en la que se vieron insertas diversas sociedades originarias que tuvieron sus propios usos y costumbres, sus respectivos sistemas económicos y sociales y, por obviedad sus correspondientes religiones y creencias.

[5] “La religión Mexica”. Mediateca INAH, 3 de agosto de 2018. https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/node/4878#:~:text=La%20religión%20de%20los%20mexicas,los%20dioses%20de%20otros%20pueblos”.

[6] Milbrath, S. Heaven And Earth In Ancient Mexico Astronomy And Seasonal Cycles In The Codex Borgia. University of Texas Press, 2013. .  ISBN 9780292744110.

[7] Andrews, J. Richard. Introduction to classical Nahuatl. Austin: University of Texas Press, 1975.

[8] Tonalpouhqui. El libro de los destinos. Penguin Random House. Grupo Editorial México, 2012. ISBN 9786071113375.

[9] El Mictlán.

[10] Una de las diversas advocaciones del dios Quetzalcóatl. Su nombre se traduce como “El Señor de la Estrella de la Mañana”. Es la personificación del lucero de la mañana y el planeta Venus. En ciertas láminas del Códice Borgia, aparece como un esqueleto arquero.

[11] La personificación prehispánica, específicamente nahoa, del sol.

[12] “Itztlacoliuhqui”. Aztec Mythology. The Gods of Old Mexico, 09 de septiembre de 2010. Recuperado el 26 de noviembre de 2023, del sitio web: https://web.archive.org/web/20160505080644/http://godslaidbare.com/pantheons/aztec/itztlacoliuhqui.php

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