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Entre rupturas y continuidades: un pontificado que sacudió al catolicismo

David Vilchis

El pontificado de Francisco no dejó a nadie indiferente. Amado por unos, criticado por otros, su liderazgo marcó un giro en la historia reciente de la Iglesia. Desde su llegada al trono de Pedro, su estilo cercano, su enfoque en la justicia social, su crítica a la economía de descarte y su posicionamiento en torno a la equidad de género dentro de la Iglesia desataron elogios y resistencias que profundizaron las divisiones internas durante su papado. Para algunos, fue el pontífice que supo leer los signos de los tiempos y abrir nuevas puertas; para otros, un líder que llevó la Iglesia por caminos inciertos. Lo cierto es que su legado es complejo y sigue generando debate.

Desde el inicio de su pontificado, el papa Francisco fue descrito como un líder con un estilo populista, pues apelaba constantemente al “pueblo” como sujeto histórico y moral. Su discurso evitaba tecnicismos teológicos y privilegiaba un lenguaje accesible, con mensajes directos que interpelaban a las masas y criticaban a las elites. Su insistencia en una Iglesia “en salida”, “pobre y para los pobres” fue leída como una forma de confrontar a “el pueblo” contra “las élites”, sean estas eclesiásticas, económicas o políticas.

Sin embargo, su noción de pueblo no proviene del populismo político contemporáneo, sino de la Teología del Pueblo, una corriente teológica latinoamericana que, aunque vinculada a la Teología de la Liberación, enfatiza la identidad cultural y religiosa de los sectores populares. En este marco, el “pueblo” no es solo una categoría política, sino una comunidad de fe con valores y tradiciones compartidas. Así, Francisco buscó rescatar la noción de pueblo del populismo político, al que consideró una traición al pueblo, y lo reinterpretó en clave moral y profética, como un llamado a la conversión y la justicia social.

Desde su primera exhortación apostólica en 2013 el papa Francisco realizó una severa crítica al sistema económico global, denunciando la “economía que mata” y el fetichismo del dinero. Su discurso no surgía de una ideología radical ni de una simple postura personal, sino que estaba firmemente arraigado en la Doctrina Social de la Iglesia, en los escritos de los Padres de la Iglesia y, en última instancia, en el Evangelio mismo. Francisco retomó la enseñanza de sus predecesores, pero la llevó un paso más allá, señalando con contundencia que la idolatría del mercado genera exclusión, sufrimiento y degradación ambiental. Su insistencia en la necesidad de una economía más humana y solidaria, donde las personas estén por encima del capital, lo convirtió en una figura incómoda para los sectores más beneficiados por el sistema económico vigente.

No es de extrañar que sus críticas provocaran reacciones adversas entre quienes ostentan el poder económico. En Estados Unidos, por ejemplo, su discurso llevó a una acalorada discusión sobre si era posible ser católico y liberal en términos económicos. La jerarquía católica estadounidense respondió de manera diversa: algunos obispos sostuvieron que, en efecto, no se puede ser católico y, al mismo tiempo, defender un sistema económico que perpetúa la desigualdad y la destrucción ecológica; otros argumentaron que las palabras del pontífice debían entenderse como guías morales, pero no como una condena absoluta del capitalismo. Su crítica al modelo económico no solo se alineó con la Doctrina Social de la Iglesia, sino que incluso fue más allá, estando a la vanguardia en los debates contemporáneos al cuestionar el paradigma del crecimiento ilimitado y al sugerir la necesidad del decrecimiento. Su discurso ha estado en sintonía con las discusiones actuales sobre desigualdad, sostenibilidad y la crítica al paradigma tecnocrático de la Agenda 2030, consolidando su papel como una de las voces más influyentes en la intersección entre fe, economía, ecología y justicia social.

Por su parte, en materia de equidad de género y diversidad sexual, el papa Francisco marcó una diferencia en la práctica pastoral, aunque sin modificar sustancialmente la doctrina. Bajo su ministerio, la Iglesia adoptó una actitud más abierta y receptiva hacia las personas LGBTQ+, consolidando la pastoral de la diversidad sexual en diversas diócesis del mundo. Su famosa frase “¿Quién soy yo para juzgar?” se convirtió en un emblema de esta postura más inclusiva. Sin embargo, en términos doctrinales, no hubo cambios significativos: la enseñanza oficial de la Iglesia sobre la homosexualidad, el matrimonio y la familia permaneció inalterada. Este doble movimiento —de apertura pastoral sin reforma doctrinal— generó tanto esperanza en sectores progresistas como recelo en los más conservadores.

Por otro lado, Laudato Si’ fue criticada por ignorar explícitamente la perspectiva de género y por no reconocer el papel de las mujeres en la lucha ecológica. Del mismo modo, en temas como el aborto, el uso de anticonceptivos y las identidades transgénero, el pontificado de Francisco mantuvo la postura tradicional de la Iglesia sin introducir cambios sustantivos. Si bien promovió la equidad de género al nombrar mujeres en cargos tradicionalmente ocupados por hombres dentro de la Curia y otras estructuras eclesiásticas, el tema del sacerdocio femenino permaneció fuera de discusión. En contraste, su apertura hacia los matrimonios vueltos a casar, manifestada en Amoris Laetitia, representó una tímida, pero significativa concesión en materia de moral sexual.

Este equilibrio entre continuidad doctrinal y reformas pastorales hizo que Francisco enfrentara críticas desde ambos frentes. Para algunos sectores progresistas, sus cambios no fueron suficientes y su liderazgo no logró transformar los aspectos más rígidos de la doctrina católica. Para los sectores conservadores, en cambio, estos gestos fueron demasiado audaces, y los percibieron como una traición a la tradición. Esto último es particularmente problemático, ya que estos grupos han convertido las cuestiones de moral sexual en la piedra angular de su identidad cristiana, llegando a definirlas como esenciales para la fe. Así, Francisco navegó en un terreno minado donde cualquier movimiento, por mínimo que fuera, generaba reacciones encontradas, evidenciando las profundas tensiones dentro de la Iglesia contemporánea.

Estos temas no solo definieron el pontificado de Francisco, sino que también profundizaron las divisiones dentro de la Iglesia. Sin embargo, esta polarización no es un fenómeno nuevo. A lo largo de la historia, la Iglesia ha sido un espacio de disputas internas, con corrientes que buscan reformarla y otras que intentan preservar su tradición. En la actualidad, estas tensiones pueden entenderse a partir de dos grandes bloques: por un lado, sectores integristas que se aferran a una visión inmutable de la tradición, con tendencias sectarias y una añoranza por la vieja cristiandad; y por otro, sectores progresistas que promueven reformas con un enfoque en la justicia social (Blancarte, 2012). A nivel teológico, este espectro oscila entre una derecha que se presenta como defensora de la verdad absoluta y una izquierda que busca renovar el papel de la Iglesia en el mundo contemporáneo en torno a la justicia social.

En este sentido, la polarización en la Iglesia Católica puede entenderse como una lucha por la definición misma de la Iglesia, donde distintos grupos compiten por imponer su visión del catolicismo. Desde la sociología de la religión, la propuesta de Bourdieu permite analizar este fenómeno como un campo religioso en el que sectores conservadores, basados en la tradición y la fidelidad doctrinal, se enfrentan a sectores progresistas que buscan actualizar la fe en diálogo con el mundo moderno.

En este sentido, Smith (1998) y Bruce (2002) han señalado que la identidad de los grupos religiosos puede reforzarse en oposición al mundo secular. En la Iglesia, esta dinámica ha llevado a que los sectores conservadores vean en el progresismo una amenaza existencial, reforzando discursos de resistencia que presentan el conservadurismo como una defensa heroica de la fe ante la modernidad y la disolución cultural. Además, desde la teoría del populismo (Laclau, 2005), se puede explicar cómo este conflicto adopta una lógica de antagonismo entre “el pueblo de Dios”, al que Francisco apela constantemente, y las élites eclesiales conservadoras que se presentan como guardianes de la verdadera doctrina.

Finalmente, en este contexto, las redes sociales han exacerbado estas divisiones internas (Sunstein, 2017). Plataformas como X (antes Twitter), Facebook y YouTube han permitido la formación de cámaras de eco, donde los creyentes se agrupan en espacios que refuerzan sus propias posturas y demonizan a sus opositores. En lugar de promover el diálogo, las redes han servido para intensificar el conflicto, amplificando las voces más radicales y ofreciendo una plataforma para narrativas de persecución y victimización. Mientras los sectores progresistas celebran cada gesto de apertura del Papa como un avance necesario, los sectores conservadores lo perciben como una rendición ante el relativismo moral. Así, la polarización no sólo se mantiene, sino que se profundiza, con cada bando reafirmando su visión de la Iglesia y del mundo.

Más allá de los logros y tensiones de su pontificado, la huella de Francisco en la Iglesia es innegable. Su legado no solo se mide en reformas o gestos simbólicos, sino en la forma en que reconfiguró el debate interno del catolicismo, enfrentando las contradicciones de una institución milenaria en tiempos de transformación acelerada. Su papado puso en evidencia que la Iglesia no es un bloque monolítico, sino un espacio donde conviven múltiples visiones en disputa. Ahora, ante la incertidumbre de lo que viene, queda por ver si estas tensiones desembocarán en una síntesis renovadora o en un repliegue conservador. Lo que es seguro es que el debate sigue abierto, y con él, el futuro de la Iglesia en el siglo XXI.

Referencias

Blancarte, R. (2012). Historia de la Iglesia católica en México (1929-1982). Fondo de Cultura Económica.

Bourdieu, P. (1990). El campo religioso. En Sociología y cultura (pp. 107-127). Editorial Grijalbo.

Bruce, S. (2002). God is Dead: Secularization in the West. Blackwell.

Friesen, F., & Wagner, M. W. (2012). Beyond the ‘Three Bs’: How American Christians approach faith and politics. Politics and Religion, 5(2), 224–252.

Laclau, E. (2005). La razón populista. Fondo de Cultura Económica.

Smith, C. (1998). American Evangelicalism: Embattled and Thriving. University of Chicago Press.

Sunstein, C. R. (2017). #Republic: Divided democracy in the age of social media. Princeton University Press.

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