Alexa Cortez Hernández
De los Vatileaks a Francisco: Transformación en la Iglesia Católica
Joseph Ratzinger, mejor conocido como Benedicto XVI, papa que sucedió a Juan Pablo II tras su fallecimiento, era considerado desde su arzobispado como un contrapeso ideal para el tradicionalismo en la Iglesia que se veía enfrentado con posturas como las de la teología de la liberación o el modernismo de la Compañía de Jesús. Hasta cierto punto, se dice que fue su misión de mantener los dogmas en un mundo cambiante lo que actuó como punto de inflexión en la Iglesia para que empezaran a perder popularidad en regiones como América Latina (Brooks, 2022).
Una vez electo como sumo pontífice, Benedicto XVI siguió bajo una línea conservadora que se reflejaba desde sus ideas hasta la práctica, de ahí derivó su famoso apodo del “rottweiler de Dios” debido a que defendía bajo una línea sumamente dura los principios más duros de la religión.
A pesar de que Ratzinger llegó a ocupar la silla de San Pedro siendo considerado como el candidato ideal para el puesto, en 2011 estalló un escándalo que se convertiría su papado en uno de los más convulsos de la era reciente: el caso de los Vatileaks. Esta filtración de documentos clasificados contenía conversaciones entre el papa y su secretario personal donde discutían sobre temas de corrupción, encubrimiento de casos de violencia sexual, sobornos, entre otros asuntos de gravedad (Redacción, 2024).
Este evento creó un grave cisma de legitimidad en la que se perdieron muchos adeptos declarando que existía ‘pecado dentro de la Iglesia’, y aunque Benedicto XVI sí se reunió y emitió una disculpa sin precedentes a las víctimas e introdujo reglas para expulsar a los sacerdotes abusadores, hubo otros escándalos como los malos manejos financieros, los excesos de algunos prelados y hasta un llamado “lobby gay” de la curia los que minaron su papado (Brooks, 2022).
Finalmente, en el año de 2013 Ratzinger renuncia al papado alegando problemas de salud dejando más preguntas que respuestas respecto a los verdaderos motivos detrás de su decisión, pues es algo que no se había suscitado en más de 600 años. En medio de esta incertidumbre seguía quedando en el aire una pregunta sumamente relevante: ¿quién sería el sucesor de Benedicto XVI y cómo manejaría esta crisis de legitimidad?
A pesar de que existían otros tres grandes favoritos, Jorge Mario Bergoglio, quien por cierto había quedado en segundo lugar en el cónclave de 2005, fue elegido para tomar este lugar por ser considerado como un hombre profundamente espiritual y sin ambiciones con una vida ascética que profesaba el amor hacia los pobres (Hernández, 2019), de ahí la elección de su nombre como sumo pontífice: Francisco, por San Francisco de Asís.
Se dice que muchos cardenales pensaron que se necesitaba a alguien que pudiera gestionar la curia romana y gobernar a la Iglesia de manera más profunda, por lo que se necesitaba a un verdadero “hombre de Dios” para recuperar la confianza de los creyentes que se habían decepcionado de la institución y para llevar a cabo una reforma espiritual desde dentro y de este modo, sanar la crisis espiritual.
Desde su presentación como nuevo pontífice ante el balcón en la Plaza de San Pedro, se supo que Francisco suponía un “terremoto” en la Iglesia católica que rompería con el statu quo. En el caso del conflicto en Palestina, y a pesar de que el papa visitó Israel en 2014 en una visita solemne para rezar en el Muro de los Lamentos y dejar flores en la tumba de Theodor Herzl, en ese mismo año firmó un acuerdo histórico con Palestina para plasmar su posición a favor de los “dos Estados” (Redacción, 2016).
El acuerdo fue inmediatamente condenado por autoridades israelíes, pues lo consideraban como nocivo para los esfuerzos de paz en la región. En este caso, fue ahora Israel el que adquirió una postura divisiva al construir un discurso de otredad y poner a Palestina como un enemigo que, sustentado en el apoyo que habían recibido por parte de la Santa Sede desde el reconocimiento de Israel como Estado.
Aún con esta condena, y probablemente justificado incluso con el Artículo 11º del Acuerdo Fundamental entre la Santa Sede y el Estado de Israel, el papa Francisco ha hecho diversos llamados a la paz condenando cualquier tipo de violencia que atente contra la vida de los civiles en la región, pero también ha hecho un llamado al respeto de la diversidad religiosa, sancionando actos de odio en contra de grupos tanto judíos como musulmanes.
En fechas recientes, el papa solicitó investigar si los actos sucedidos en Gaza se trataban de un genocidio, expresó su preocupación por los desplazados de guerra y por la hambruna en Palestina49 y denunció la “prepotencia del invasor” en Palestina, tomando así una postura sin precedentes en la historia vaticana con respecto a la política israelí (AFP, 2024).
Este cambio de pensamiento definitivamente es parte del cambio que trajo consigo Bergoglio dentro de la Iglesia, y es, además, un esfuerzo muy relevante de la Santa Sede para buscar una reconciliación entre las partes, entendiendo por supuesto que más que representar la voz del Estado Vaticano, están apelando a la parte humana y sensible de sus adeptos.
La religión ha servido históricamente, entre muchas otras cosas, para atender la parte emocional del ser humano, en ese sentido, puede servir como una voluntad de volver a empezar. Teniendo claro que el conflicto se está llevando a cabo en un territorio que alberga tanta historia cristiana y que simbólicamente representa mucho para sus creencias, el papa ha buscado legitimidad en sus acciones y la construcción de una base de apoyo en sus fieles que funcionen un grupo de presión para la búsqueda de la paz.
Vemos que, desde la voluntad sionista de construir un Estado judío en territorio palestino, la Santa Sede ha utilizado el discurso como una forma de ejercicio del poder. En muchos casos, es posible ver que la Santa Sede utilizó tecnologías políticas para dirigir la conducta de sectores clave para la protección de sus propios intereses y necesidades a través de un orden religioso-teológico (Soto, 2015).
Consideraciones finales
La postura del Vaticano en el conflicto entre Israel y Palestina refleja la complejidad de equilibrar principios religiosos, intereses espirituales y consideraciones políticas en un contexto global. Desde una perspectiva histórica, el enfoque vaticano ha transitado entre la defensa de los valores cristianos en Tierra Santa y la adaptación a las dinámicas de un sistema internacional cada vez más secular. Este proceso de evolución resalta el papel de la religión como un eje tanto de cohesión como de conflicto en la configuración de posturas diplomáticas.
En su esencia, la política exterior de la Santa Sede en este conflicto se fundamenta en la importancia espiritual de Jerusalén como epicentro de la fe cristiana. La visión del Vaticano sobre Jerusalén como un territorio de carácter universal ha orientado su posición hacia la búsqueda de una solución que garantice la coexistencia pacífica y el respeto por los derechos de las diversas comunidades religiosas que allí habitan. En este sentido, la religión no solo define el vínculo del Vaticano con la región, sino que también estructura sus preocupaciones políticas y morales.
Sin embargo, el papel de la religión en la postura vaticana no ha sido estático, aunque el enfoque interreligioso se ha centrado en promover la reconciliación entre judíos, cristianos y musulmanes, también ha puesto de manifiesto las tensiones inherentes entre los principios religiosos y los intereses diplomáticos del Vaticano. Por ejemplo, el establecimiento de relaciones formales con Israel en 1993 refleja una voluntad de cooperación, pero no sin ciertos límites impuestos por las preocupaciones religiosas sobre la preservación del carácter sagrado de Jerusalén.
A lo largo de esta evolución, la religión ha funcionado como un marco tanto de legitimidad como de acción para la Santa Sede. Su postura en el conflicto no solo busca proteger los derechos cristianos en Tierra Santa, sino también proyectar un mensaje universal de paz y justicia, alineado con sus principios doctrinales. Sin embargo, el Vaticano también ha utilizado la religión como un recurso político para influir en la configuración del sistema internacional, particularmente en la defensa de un régimen especial para Jerusalén que garantice su carácter internacional y su acceso a todas las comunidades religiosas.
En conclusión, el papel de la religión en la postura del Vaticano en el conflicto Israel- Palestina subraya su doble función como fuente de identidad espiritual y herramienta diplomática. Aunque históricamente ha defendido la primacía cristiana en Tierra Santa, su enfoque ha evolucionado hacia una perspectiva más inclusiva y secularizada, buscando equilibrar sus intereses espirituales con las exigencias de un mundo globalizado. Este proceso no solo reafirma la centralidad de la religión en el conflicto, sino también su potencial para modelar las dinámicas internacionales en la búsqueda de una paz duradera y respetuosa con la diversidad religiosa de la región.
Referencias:
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