Saltar al contenido

Aprendiendo a incorporar la dimensión espiritual y religiosa en nuestros análisis sobre la violencia de género

Nadia Arellano Tapia

La visión que por décadas guió el trabajo de los científicos sociales que consideraba inminente (y deseable) el declive de la religiosidad frente al avance de la racionalidad moderna ha demostrado ser insuficiente para explicar las nuevas configuraciones del fenómeno religioso en el espacio público. Frente a ello, cada vez son más los acercamientos que buscan ir más allá del paradigma secular para entender la diversidad religiosa como una parte constitutiva de las sociedades contemporáneas –particularmente en América Latina– y de la identidad de las personas que las conforman. Esta diversidad interactúa con aspectos como la edad, el género, la racialización, la etnicidad y la clase social, sin que pueda desvincularse de los sujetos creyentes, mientras éstos habitan el espacio público, interpretan lo que les rodea y accionan frente a ello. Reconocer esto no significa abandonar una postura crítica de las diversas formas en las que la fe es utilizada para sostener y legitimar sistemas de opresión, al contrario. La perspectiva feminista, que desafía la dicotomía público-privado con su consigna de que “lo personal es político”, se vuelve crucial para la construcción de modelos de laicidad que no subestimen la capacidad de los sujetos creyentes de incidir políticamente en su realidad, sino que fomenten el diálogo crítico intercultural en un marco de Derechos Humanos y para la construcción de estrategias integrales para la erradicación de las distintas formas de violencia basadas en la fe que afectan a mujeres, disidencias sexogenéricas y otros grupos históricamente marginalizados. A continuación algunos puntos que considero importante destacar al respecto del tema en el marco del #8M, Día Internacional de la Mujer:

  1. La violencia está irremediablemente entretejida en la forma en la que vivimos la religión, particularmente el cristianismo, debido a la herencia colonial de este continente. Ya sea que nos identifiquemos como creyentes o no, existe una conexión inseparable entre las prácticas políticas, sociales y económicas de dominación y las creencias religiosas cristianas en América Latina. Al mismo tiempo, la experiencia cristiana también se ha relacionado históricamente con los procesos de lucha y resistencia. Reconocer este legado y cuestionar cómo nos afecta a nivel individual, familiar, cultural y político es fundamental para hacerle frente.
  1. De la misma manera en la que las discusiones de los últimos años sobre Violencia Vicaria han llevado a la reconceptualización de las formas en las que la violencia de género puede operar y afectar a múltiples personas más allá del paradigma tradicional “perpetrador-víctima”, los aportes de psicólogas y teólogas feministas respecto a la Violencia Espiritual nos permite analizar las complejidades de las distintas formas de violencia basadas en la fe ejercidas para entablar diálogos interdisciplinarios que permitan su prevención y erradicación, así como fortalecer las estrategias de acompañamiento a sobrevivientes.
  1. La vivencia de la espiritualidad tiene una fuerte dimensión emotiva y comunitaria que no puede ser menospreciada. Si bien muchxs creemos que la creación de nuevos canales de diálogo e incidencia interreligiosa en clave de derechos humanos tiene la capacidad de fortalecer los procesos de construcción de paz, es fundamental contemplar las dinámicas de poder y exclusión entre comunidades de fe y entender que para muchos sectores hablar de religión tiene un trasfondo histórico de violencia y exclusión que debe ser reconocido y validado. Nuestra movilización, por lo tanto, debe de estar cimentada en la visibilización de deudas históricas frente a poblaciones vulnerabilizadas y el compromiso total con los procesos de justicia a través de mecanismos de acceso a la verdad, reparación del daño, manejo del trauma colectivo, acompañamiento pastoral y psicosocial, etc.
  1. El fundamentalismo no sólo se encarna en las vidas de las personas que se reconocen como creyentes, sino que opera como una manera dogmática de responder ante el conocimiento y la otredad. La reproducción de narrativas fundamentalistas que desencadenan procesos de deshumanización y escalación de la violencia a nivel interpersonal e institucional es posible y frecuente  dentro y fuera de espacios religiosos.
  1. Los movimientos neoconservadores que se movilizan en contra del acceso a derechos utilizando de forma explícita o implícita el lenguaje o los símbolos de la religión cristiana se fortalecen a partir de la idea de que la suya es la única forma de vivir la fe. Las comunidades religiosas son internamente diversas y a lo largo de la historia siempre han existido comunidades disidentes que construyen alternativas frente a los discursos y prácticas hegemónicas dentro de las instituciones. Para abordar las diversas formas de violencia basada en la fe, es crucial escuchar las voces de aquellos que, desde su identidad religiosa, denuncian la violencia patriarcal, apoyan a la comunidad LGBTIQA+, defienden el derecho a decidir y proponen interpretaciones liberadoras de los textos sagrados. Esto nos permite comprender sus posiciones, el lenguaje que emplean y explorar posibles alianzas estratégicas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *