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La crisis de Ucrania y la Ortodoxia, ¿un problema cultural?

Guadalupe Michelle Balderas Escutia[1]

Hace ya algunas semanas, si no es que meses, se ha vuelto muy popular entre los análisis de ciencias sociales el polémico conflicto existente entre Ucrania y Rusia; que hoy lamentablemente ha costado la vida de miles de ciudadanos de ambas naciones. Sin embargo, vale la pena preguntarse si este conflicto tiene raíces culturales que pueden ayudar a explicar lo que está sucediendo más allá de los intereses geopolíticos rusos o de occidente, incluso más allá de las decisiones de ciertas élites gobernantes.

Pues sí hay una relación importante en cuestiones culturales, identitarias y particularmente religiosas dentro de esta coyuntura que, aunque el conflicto se ha complejizado tanto, no podemos dejar de observar lo que ha sucedido en esta esfera. Se dice que es una guerra lamentable por todas las implicaciones que siempre conlleva un conflicto armado, pero particularmente se hace mención de ello por tratarse de pueblos hermanos que han compartido procesos históricos y culturales de la mano por lo que hoy en día parece inconcebible entender que pueda existir tanta disparidad.

Pero partamos del principio. Tanto el pueblo ruso como el ucraniano y bielorruso parten de una cuna común conocida como la Rus de Kiev, un conglomerado de principados surgido desde finales del siglo IX hasta la invasión mongola en el siglo XIII aproximadamente. Si bien no podemos decir que la sociedad de ese momento era denominada rusa o ucraniana, sí había un reconocimiento importante de su identidad eslava y, particularmente, la adopción de la religión ortodoxa desde que el príncipe Vladimir fue bautizado. Éste reconoció dicha religión como la predominante en el naciente Estado, el cual cada vez se expandió más en la región luego de la expulsión de los mongoles y dio pie a la creciente Moscovia que más adelante se convertiría en el Imperio Ruso.

Desde entonces, con la caída del Imperio Romano de Oriente, Rusia se autoproclamó como la Tercera Roma, a través de una doctrina en la que Moscú se reconoció como la heredera de Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente y la capital de la Iglesia Ortodoxa. Tras la disolución del Imperio, Rusia ascendió para tomar el liderazgo de dicha iglesia.

El primero en hacer uso de este término, fue el Monje Filofei del Monasterio Pskov-Eliazarov en un par de epístolas escritas entre 1523 y 1526. En una de sus epístolas dirigidas al Zar Basili III, se le solicita haga cumplir una serie de mandas en favor de sus súbditos, entre las que destaca ser un gobernante ético, justo y piadoso y la responsabilidad de Rusia hacia la comunidad ortodoxa.[2] Con esta doctrina se reconoce al Zar como la cabeza autocrática del Estado ruso y de la Iglesia Ortodoxa desde una perspectiva mesiánica: “‘Dos Romas han caído. La Tercera se sostiene. Y no habrá una cuarta. ¡Nadie reemplazará tu reino de zar cristiano!’, ésta era la profecía que el monje Filoféi de Pskov proclamaba para la lejana Moscovia”.[3]

En ese sentido, la ortodoxia formó parte importante de la consolidación del Imperio y de la cohesión social que incluía territorios actuales de Rusia y el este de Ucrania. Es decir, desde ese entonces la configuración de la cultura y grupos sociales se estableció de una manera muy similar bajo una misma fe y tradición. Esto era sabido también por los grupos revolucionarios que surgieron a fines del siglo XIX, que optaron por erradicar la fe ortodoxa y cualquier otra luego de la victoria de la Revolución Rusa en 1917, para fomentar el ateísmo científico de corte marxista-leninista.

Tras la victoria bolchevique en la región, hubo un muy breve periodo de independencia de algunos de los territorios que conformaron al Imperio; sin embargo, esto no duró mucho posterior a la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la adhesión de varias naciones a la nueva configuración Estatal en la que se hablaba de la hermandad de los pueblos y el reconocimiento a la diversidad de culturas, pero que por sobre todas ellas se encontraba el patriotismo soviético. Bajo ese discurso y la prohibición de profesar cualquier culto, hubo sobre todo en el periodo estalinista una importante destrucción de edificios, iglesias y monasterios en Kiev y otras ciudades herederas de la ortodoxia[4] (en Asia Central hubo un proceso similar con el cierre y destrucción de madrasas, mezquitas y demás centros religiosos).

No obstante, sabemos que este periodo no duró mucho y que casi setenta años después de la creación de la URSS, ésta entró en una fuerte crisis que desencadenó en su desmembramiento y la independencia de los quince estados ex soviéticos, siendo entonces Rusia la heredera oficial de la URSS frente a organismos internacionales, armamento nuclear, entre otros temas. Sin embargo, cada una de las repúblicas buscó dentro de su propia historia y cultura los elementos que les ayudaran a reconfigurarse como Estados independientes y, bajo ese sentido, la religión tuvo un papel fundamental: por ejemplo, para las naciones eslavas se retomó la Ortodoxia, mientras que en Asia Central fue el Islam.

Sin embargo, a pesar de ya haber sido Estados independientes, la relación cultural y religiosa entre Rusia y Ucrania seguía siendo muy cercana, pues la Iglesia Ortodoxa de Ucrania dependía del patriarcado de Moscú hasta que dio inicio el conflicto que hoy en día seguimos vislumbrando.

Históricamente la iglesia ortodoxa de Ucrania había dependido del Patriarcado de Moscú desde 1683, cuando buscó en el Imperio Zarista un tipo de protección religiosa ante el catolicismo de Polonia. Dicha relación finalizó en enero del 2019, cuando el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, declaró la independencia de la iglesia ucraniana en un contexto de tensiones políticas y económicas entre ambos países, expresando frente a políticos importantes del país: “Los feligreses ucranios han esperado este bendito día desde hace siglos. […] Ahora pueden disfrutar del sagrado don de la emancipación, la independencia y el autogobierno, siendo libres de cualquier intervención externa”.[5]

Este hecho significó mucho tanto política como simbólicamente, pues fue reconocido incluso como símil con la declaración de independencia de Ucrania de 1991, pero ahora, cortando los lazos religiosos, culturales e identitarios con Rusia. Lo riesgoso en ello fue que claramente las relaciones ya de por sí dañadas entre Kiev y Moscú luego de la anexión de Crimea en 2014, empeoraron y abrieron la pauta para que demás iglesias ortodoxas de la región se alinearan con uno u otro de los patriarcados.

Sin embargo, aún existe una gran cantidad de la población ortodoxa ucraniana que continúa declarando su lealtad a Moscú. Según estadísticas: “los ortodoxos fieles al Patriarcado de Kiev representan el 37% de la población; aquellos que son fieles al Patriarcado de Moscú un 19% y un 39% se declaran simplemente ortodoxos. Por su parte, los greco-católicos representan un 21,3%, los ortodoxos autocéfalos un 1,3%, los católicos romanos un 1%, los judíos un 0,6%”[6].

Finalmente, es importante decir que, aunque el rompimiento formal de las relaciones religiosas sucedió hace ya algunos años, las implicaciones que ello dejó entre las poblaciones ucranianas-rusas solo han coadyuvado a la complejidad de sus diferencias políticas, aunque no necesariamente culturales o religiosas. Es verdaderamente lamentable lo que está sucediendo en la actualidad y es necesario abrir espacios de discusión como éste que nos permitan vislumbrar las diferentes aristas del conflicto y colocar en el centro de análisis algo tan importante para configuración social como lo es la cultura y la religión.


[1] Licenciada con Mención Honorífica en Relaciones Internacionales por la FCPyS-UNAM. Actualmente maestrante de Estudios en Relaciones Internacionales del Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha participado en diversos proyectos de investigación sobre seguridad, desarrollo y política internacional. Líneas de investigación: Geopolítica de Rusia en Eurasia, espacio post-soviético, cultura e identidad. Contacto: [email protected]

[2]James R. Millar, Encyclopedia of Russian History, Thomson Gale, Nueva York, 2004, p. 1543.

[3] Sergio Fernández Riquielme, “Rusia como Imperio. Análisis histórico y doctrinal” en La Razón Histórica, 25, 2014, p. 131.

[4] Lucía Byllk Paraschnuck; “Orígenes del conflicto ucraniano” en Revista Aequitas, 12, 2018, p. 170.

[5] Andrés Mourenza; “La Iglesia ortodoxa de Ucrania se independiza oficialmente de Rusia” [en línea] El País, 5 de enero de 2019, Dirección URL: https://elpais.com/internacional/2019/01/05/actualidad/1546690286_845318.html [Consulta: 07 de marzo de 2022]

[6] Oficina de Información Diplomática; “Ucrania. República de Ucrania”. Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, España, p. 1.

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