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El catolicismo social en tierras veracruzanas: el caso de Mons. Rafael Guízar y Valencia

Isbeth Navarrete Cano

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Rafael Guízar, nació el 27 de abril de 1878 en Cotija, Michoacán. Hijo de un matrimonio profundamente católico, desde una temprana edad tuvo una amplia relación con la Iglesia Católica. A los trece años inició sus estudios en el Seminario Auxiliar de Cotija, en 1896 ingresó al Seminario Mayor de Zamora y a los 23 años se ordenó como sacerdote.[1]

Sus actividades religiosas estaban marcadas por una amplia disposición, ayuda al prójimo, servicialidad, amor y humildad, ganándose el cariño de las personas que lo conocían y convivían con él. Sin embargo, la situación de Rafael y de todos los sacerdotes del país se vio modificada con el estallido de la Revolución Mexicana. Durante esta lucha a la jerarquía católica y a todos los funcionarios eclesiásticos se les vio como enemigos  pues se les relacionaba con el atraso, la ignorancia, avaricia y el porfiriato. Ante ello, los líderes revolucionarios emprendieron una serie de medidas para limitar las actividades de los curas en la vida pública, además de promover la expulsión de los mismos.

En este contexto, Rafael fue obligado a salir del país y dirigirse a Estados Unidos, Guatemala y Cuba. En estos dos últimos países desempeñó una labor pastoral importante al posicionarse como uno de los misioneros católicos más queridos y reconocidos de México. Así, en agosto de 1919 es preconizado obispo de Veracruz y el 4 de enero de 1920 desembarca en el puerto jarocho, convirtiéndose en el quinto obispo de la entidad veracruzana.

Como obispo, se enfrentó a una serie de dificultades de diferente índole, siendo las de corte constitucional las más duras. Durante la administración de su grey, la relación entre la Iglesia y el Estado no era para nada cordial, por lo que la actitud que mostró se catalogó como pacífica y conciliadora.  El anticlericalismo veracruzano era uno de los más impetuosos de la República, pese a ello, en las sombras y de manera clandestina, oculto en la oscuridad, en espacios privados y poco apropiados, el obispo atendía las necesidades espirituales de sus feligreses.

Cabe recalcar que, durante su formación religiosa, estuvo influido por la encíclica de León XIII, es decir, la “Rerum Novarum”, publicada en 1891. Dicho documento respondía al contexto general que se suscitaba en el mundo y repercutía en la Iglesia Católica. En otras palabras, la encíclica apostaba por el catolicismo social como una vía alterna para frenar las malas concepciones que la Iglesia había adquirido recientemente por la modernidad.[2]

Los católicos sociales pugnaban por la caridad, por labores de servicio al prójimo, actividades de ayuda mutua y desinteresada. Es decir, este grupo, consciente de las necesidades de los sectores desprotegidos, apoyaba la idea de que la Iglesia tomara un papel de protección y ayudara dentro de sus posibilidades a los feligreses (emprendiendo actividades moralizadoras), respetando siempre la división entre Estado e Iglesia.

Por lo anterior, no resulta extraña la labor pastoral que Rafael realizó como obispo en Veracruz. Por ejemplo, al momento de su desembarque recibió la noticia que un sismo había afectado a las poblaciones de Xalapa, Teocelo, Cosautlán, Xico, Ixhuacán de los Reyes, Ayahualulco, Patlanalá, Chilchontla y Saltillo de Lafragua.  Ante ello, rápidamente destinó la colecta que se había realizado en su nombre para repartirlo entre los damnificados. De igual forma, en la población de Amatla, Ixhuacán, regaló un terreno de 77 hectáreas para que las personas pudiesen reconstruir allí sus hogares.[3]

Ayudaba a los enfermos de vista u oído, y a quienes necesitaban intervención quirúrgica les pagaba el viaje, además de buscar a un médico que los atendiera gratuitamente.[4]  Enseñaba catecismo a los niños, les regalaba dulces, premios y realizaban cánticos religiosos y pláticas amenas. Por otra parte, se encargaba de mantener y alimentar a los estudiantes del seminario, mismos que ocupaban un lugar especial dentro de su agenda, pues aseguraba que “a un obispo le podrá faltar catedral, mitra y báculo pero nunca seminario”[5]. Aquí hay que destacar que la permanencia de los seminaristas fue difícil debido a las leyes anticlericales que imperaban en el país; especialmente en Veracruz en donde no había un sitio fijo para la escuela de sacerdotes, por lo que rentaban casas viejas y cines para la instrucción de los futuros curas.

De igual forma, existen testimonios de personas cercanas a Rafael que declaran la extrema pobreza en la que vivía el obispo y utilizaba ropa que le regalaban; sus zapatos estaban en malas condiciones y casi siempre recurría a los zapateros para arreglarlos en vez de comprar unos nuevos. En resumidas cuentas, dicho obispo estuvo consciente de las necesidades materiales y espirituales de su pueblo, por lo que se limitó en lo material para compartir lo que tenía con los desprotegidos (pobres, trabajadores, enfermos, niños).

Lo anterior refleja la caridad, compromiso y humildad del quinto obispo de Veracruz, mismo que gracias a las enseñanzas del catolicismo social logró tener una relación más cercana con la feligresía y resignificó el papel de la Iglesia dentro de la sociedad. Es decir, demostró que la modernidad contenía matices de desigualdad, frialdad y tristeza, los cuales eran contrarrestados mediante la labor social que la jerarquía católica realizaba.

En resumidas cuentas, el catolicismo social nace gracias a la mutabilidad de ideologías y conocimientos, lo que provocó disgustos al interior de la Iglesia al cuestionar la pertinencia de su existencia dentro de las sociedades modernas. Pese a ello, como institución de larga duración en la historia de la humanidad, comprendió que la única manera de resistir y combatir los nuevos paradigmas era transformarse y cambiar junto con la sociedad.

Sucintamente, el accionar de los obispos posrevolucionarios, como Mons. Rafael Guízar y Valencia refleja la maleabilidad de la iglesia católica ante el cambio. Las nuevas formas de catolicismo responden a un proyecto superior (muchas veces ejercido desde la Santa Sede) para mantener la legitimidad y utilidad de la religión católica en la cotidianeidad, lo que nos muestra la importancia de la adaptabilidad como forma de supervivencia y al mismo tiempo nos lleva a la reflexión sobre las posturas y políticas que ejerce en la actualidad la iglesia católica.


[1] Félix, Báez-Jorge. Olor de santidad: San Rafael Guízar y Valencia: articulaciones históricas, políticas y simbólicas de una devoción popular. Universidad Veracruzana, 2006. https://doi.org/10.25009/uv.282.1401.

[2] Ramírez, Manuel Ceballos. El catolicismo social: Un tercero en discordia : Rerum novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos, 1891-1911. México, D.F: El Colegio de México, 1991.

[3] Rafael Guízar, Decreto, 30 de septiembre de 1920, Secretaria General de Gobierno/Decretos, Archivo General del Estado de Veracruz, Xalapa, 3-4.

[4] Mora, Justino de la. Apuntes biográficos del beato Mons. Rafael Guizar y Valencia, quinto obispo de Veracruz, México. Xalapa, Ver: Ediciones Diocesanas Rafael Guizar y Valencia, Arquidiocesis de Xalapa, 1995.

[5] Joaquín Antonio Peñalosa, Rafael Guízar, a sus órdenes [Xalapa]: Ediciones “Rafael Guizar y Valencia,”, 1993), 144.

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