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Catolicismo y Diversidad Sexual en México: Un camino de resistencia

Eduardo Andrade Madrigal

Hablar de religión y de diversidad sexogenérica pareciera que es hablar de antagonismos. No obstante, hay que tener en cuenta que el fenómeno religioso es complejo, no monolítico. Por más que se trate de grupos de personas que comparten la misma creencia, la experiencia religiosa es absolutamente personal. De igual forma, la diversidad sexual, entendida como orientaciones sexuales, identidades de género y expresiones performativas no binarias, no son acotadas en un solo patrón conductual o experiencias uniformes, sino que son plurales y están atravesadas por realidades, contextos e historias que problematizan y simultáneamente enriquecen a cada individuo y su habitar en el mundo.

Desde las declaraciones de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA), que en 1973 retiró la homosexualidad de su manual de trastornos mentales, hasta la decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1990 de eliminarla de la lista de enfermedades, pasando por los disturbios de Stonewall en junio de 1969 (Moreno, 2021), se fueron dando los primeros pasos sólidos con respaldo científico y civil en la lucha por los derechos de las personas LGBT+. Desde entonces, estos hitos han abierto el camino para los grandes avances alcanzados en las últimas décadas.

Sin embargo, en el ámbito religioso los avances han sido extremadamente lentos. Esto se debe, por un lado, a que la mayoría de quienes ejercen la autoridad y toman decisiones en las instituciones de fe son hombres cisgénero “heterosexuales”; y por otro, al rezago provocado por la polarización política entre derechas e izquierdas, que muchas veces olvida que en el centro de la discusión están la dignidad de las personas, sus derechos y sus necesidades más urgentes.

La lucha por el reconocimiento de los derechos de las personas LGBT+ no son caprichos ni excentricidades, como se ha catalogado arbitrariamente por grupos conservadores, sino derechos humanos que tiene todo individuo desde el momento de nacer y lo único que se pide es que sean reconocidos como cualquier otra persona. Un ejemplo claro y sencillo es el simple derecho a fundar una familia que en muchos países sigue siendo imposible ya que no existe el reconocimiento de las familias homoparentales, ni el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni la posibilidad de adopción, ni el derecho a asumir la identidad genérica elegida, como en el caso de las personas trans.

Regresando al tema del fenómeno religioso y su relación con el reconocimiento e inclusión de las personas LGBT+, el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos asegura que “todos tenemos derecho a nuestras propias creencias, a tener una religión, a no tener ninguna o a cambiarla”(Naciones Unidas, s/f). Esto abre el camino a pensar en las prácticas religiosas como algo a lo que no tenemos por qué renunciar o ser rechazados. No obstante, el argumento de algunas tradiciones religiosas, antiguas y profundamente kiriarcales, anteponen a la universalidad de los Derechos Humanos sus normas y reglas particulares, con todo y que éstas pueden estar descontextualizadas históricamente poniendo en riesgo la integridad, la fe y la salud psicoemocional de las personas LGBT+ practicantes.

Es por ello por lo que, desde hace más o menos seis décadas, las personas LGBT+ comenzaron a buscar espacios alternativos para poder realizar sus prácticas libres de estas violencias. En los sesenta, comenzaron a surgir comunidades que replicaban el modo de proceder de las primeras comunidades cristianas, reuniéndose en casas particulares donde la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.”[1] No obstante, estas prácticas fueron rechazadas por las Iglesias institucionales, las cuales invisibilizaron e invalidaron a estas comunidades, tachándolas de rebeldes.

Ante esto, otro sector de personas LGBT+ han optado por buscar espacios religiosos radicalmente distintos e incluso antagónicos a las iglesias en donde han sufrido rechazo, lo que ha dejado una herida que solo en algunos casos se ve subsanada con estas nuevas prácticas vividas en las comunidades abiertas a la diversidad. Otra parte de la comunidad LGBT+ han encontrado en las espiritualidades orientales o en el esoterismo recursos para ejercer su derecho a la libertad religiosa. Por último, hay quienes les ha dado resultado el declararse ateos o agnósticos y viven de manera cordial y libre respetando toda la pluralidad religiosa, aunque varios de ellos esconden tras estas últimas posturas, cierta insatisfacción, inquietud y resentimiento no resueltos a causa del rechazo sufrido durante su búsqueda espiritual personal.

Ante este panorama, el espíritu ha ido suscitando movimientos, grupos y comunidades que buscan ejercer libremente su fe sin renunciar al seno de las iglesias en donde nacieron o donde se les inculcaron sus prácticas religiosas. Esto ha suscitado que se puedan, ¡y deban!, repensarse y replantearse los esquemas catequéticos y doctrinales a fin de hacerlos accesibles, incluyentes y amorosos con todas las personas. Quizás no se ha llegado a una aceptación total de las diversidades y expresiones sexogenéricas, pero sí se han ido poniendo sobre la mesa sus problemáticas, haciendo visibles sus existencias que antes estaban condenadas desde el momento de salir del armario, obligando a muchas personas creyentes a permanecer en él.

Para poder tener acceso a la gracia y a la misericordia de Dios, que son gratuitas, el catolicismo exige un perfil donde al parecer el primer requisito es ser heterosexual y cisgénero, poniendo en el último lugar la dignidad humana y la otorgada en el bautismo como hijx de Dios, sacerdote, profeta y rey. ¿Cómo evitar el rechazo y la reproducción y legitimización de discursos de odio por parte de Iglesias que se supone que deberían de ser “madres”? ¿Sería posible detectar en el recién nacido su futura orientación sexual o identidad de género para así evitarle ser adherido a una iglesia por medio de un rito de iniciación? ¿Acaso habrá de regresar a los tiempos del paleo cristianismo donde los adultos decidían sobre si ser bautizados o no?

Con la anterior reflexión surgieron comunidades como Dignity en Estados Unidos y algunas otras en Europa, que agrupaban personas católicas LGBT+ dispuestas a no abandonar la Institución eclesial, poniendo al centro la oración y la práctica sacramental, reservando el tema de la moral cristiana al plano de la conciencia personal e individual apoyada y orientada por sacerdotes y religiosos con apertura para pensar otras formas de relaciones humanas desde la antropología, la filosofía y las reflexiones teológicas emanadas del sentido crítico, haciendo de la academia, la mejor aliada en esta lucha de apretura y reconocimiento.

En México, hacia principios del siglo XXI, surgió la Comunidad Católica Vino Nuevo conformada por fieles laicos y laicas que, teniendo en común orientaciones sexuales disidentes, arroparon la reflexión que aportaba desde los años sesenta la teología de la liberación. En sus inicios fue acompañada por algunos miembros de la Orden de Predicadores. Dicha comunidad sigue vigente en la Ciudad de México.

Para 2007, un grupo de amigos católicos y homosexuales que se reunían en una casa para orar y compartir temas de religión y espiritualidad crean un espacio de nombre Efetá, cuyas reuniones mensuales se transformaron en una auténtica comunidad de fe y amor que tuvo tal impacto que creció en número de miembros, asumiendo la organización de una celebración eucarística al mes en la parroquia de la Sagrada Familia, ubicada en la esquina de las calles de Puebla y Orizaba en la colonia Roma de la Ciudad de México. Dicho templo está confiado a la Compañía de Jesús, quienes siempre a la vanguardia, acompañaron este proyecto llamado “Misas por la Inclusión.” Es así como este acontecimiento es la muestra clara de que, cuando hay un dialogo entre fieles y sacerdotes, se puede llegar a la creación de acuerdos y espacios en común donde se ponga al centro la dignidad de la persona, sus situaciones, preocupaciones e inquietudes que, a fin de cuantas, son las prioridades que el mismo Jesús pone al centro en cada página de los evangelios.

En octubre de 2018 se crea la Red Católica Arco Iris México que tiene como finalidad generar vínculos de fraternidad y cooperación mutua entre todos, todas y todes los fieles laicos, religiosos y religiosas, clérigos y personas de buena voluntad que trabajan en comunidad o de forma personal en los distintos estados del país donde hay esta inquietud del espíritu por seguir creando estos espacios de inclusión.

Desde lectura de los Evangelios, pasando por la doctrina del Concilio Vaticano II, hasta el magisterio del Papa Francisco de muy feliz memoria, se ha podido entender que la vida de fe no se puede desvincular de la lucha por la defensa y el reconocimiento de los Derechos Humanos y la promoción de la paz y la justicia. La construcción del Reino de Dios no se hace a base de liturgias emotivas, nubarrones de incienso y apatía traducida en indiferencia social y política. Es por ello que el Espíritu ha suscitado colectivos y espacios cuyo centro es una práctica de fe desde la incidencia social a través de las expresiones artísticas cuyo lenguaje no está sujeto a fronteras específicas y cuyos autores y exponentes (en su mayoría mujeres y personas LGBT+) han encontrado en su trabajo también un espacio de práctica religiosa.

También la investigación, la academia y el humanismo en general, son instrumentos de estos colectivos. Ejemplo de ello es el Colectivo Teresa de Cepeda y Ahumada, que lleva más de una década como espacio de resistencia con un camino trazado integrando fe, arte, cultura, historia, filosofía, antropología y teología desde una mirada libre, abierta y clara utilizando metodologías profesionales y las herramientas tecnológicas que nos ofrece el mundo de hoy. El Colectivo Teresa, preservando su espíritu fundacional inspirado en la obra de Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, mantiene sus vínculos históricos como comunidad de creyentes católicos, su realidad antropológica como personas que son y atienden a poblaciones LGBT+ dentro y fuera de la Ciudad de México, ya que su sede está en el estado de Hidalgo. Su trabajo está enfocado en la incidencia y el dialogo interseccional, la formación humana y el acompañamiento de procesos comunitarios, detonando y creando proyectos autónomos.

A manera de conclusión, podemos ver como la diversidad no solamente se ha de entender como un concepto que hace referencia a la sexualidad o a los colores de una o más banderas, sino que desde la imagen de Dios Trinidad es un concepto que armoniza y problematiza nuestra complejidad de ser personas humanas. Sin embargo, en este amplio y diverso abanico, un campo florido y fecundo donde nadie debería ser descartado, solo el diálogo y la apertura al entendimiento mutuo pueden conducirnos a construir una sociedad más libre, consciente y en paz. Cierro este breve texto con una frase de la querida Teresa de Jesús, a fin de cuantas “Lo que más os despertare a amar, eso haced” (De Jesús, 2019, capítulo 1, versículo 7).

Referencias

De Jesús, Santa Teresa. Libro de las moradas o Castillo interior. Editorial Verbum, 2019.

Moreno, Patricia. “¿Por qué el Día Internacional del Orgullo LGBT se celebra el 28 de junio?” El Orden Mundial – EOM, 22 de junio de 2021. https://elordenmundial.com/por-que-dia-orgullo-celebra-28-junio/. Naciones Unidas. “La Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Naciones Unidas. https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights.


[1] Hechos de los Apóstoles 4: 32.

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