María del Pilar Hernández Gonzalez
Introducción
En el ámbito de las relaciones internacionales, la religión y sus implicaciones han jugado un papel significativo, aunque a menudo infravalorado. Existe una percepción generalizada de que la mayoría de los Estados modernos son seculares, lo que implica la ausencia de influencia religiosa en la gobernanza; sin embargo, en ciertas regiones, esta separación es prácticamente inexistente. En particular, los Estados confesionales árabes, donde una religión oficial guía la formulación de políticas, ofrecen un marco único para examinar la interacción entre la religión y la política exterior.
El Islam, la segunda religión más grande del mundo con aproximadamente dos mil millones de seguidores, domina el panorama religioso en estos Estados confesionales. Lo interesante es el hecho de que lo que define la confesionalidad estatal no es únicamente la religión en su conjunto, sino las interpretaciones específicas de esta fe. En el mundo islámico, las denominaciones suní y chií representan dos tradiciones divergentes que han moldeado tanto la identidad religiosa como la política de los Estados. Estas diferencias, originadas tras la muerte del profeta Mahoma en el año 632 d.C., han generado divisiones teológicas y políticas que siguen impactando a la región.
A lo largo de la historia reciente, las tensiones entre estas ramas han influido profundamente en conflictos emblemáticos como la Revolución Islámica de Irán en 1979, que fortaleció la identidad chií frente a los regímenes suníes, o la guerra civil en Siria, donde el régimen alauita, alineado con el chiísmo, se enfrentó a rebeldes apoyados por Estados suníes. Estas dinámicas subrayan cómo la confesionalidad no solo define la identidad interna de los Estados, sino también su política exterior, ya que la religión actúa como un marco ideológico que guía la formación de alianzas estratégicas y el surgimiento de conflictos.
A pesar de la relevancia de este fenómeno, hay una falta de estudios integrales que analicen en profundidad el impacto de la confesionalidad en las relaciones exteriores de los Estados árabes. Esta carencia limita la comprensión de las dinámicas de poder en la región y la posibilidad de desarrollar políticas que fomenten la paz y la cooperación.
El presente análisis tiene como objetivo explorar cómo esta confesionalidad influye en las relaciones internacionales de los Estados árabes, evaluando las oportunidades y desafíos que derivan de dicha interacción. A través de este estudio, se busca llenar un vacío en la literatura académica al investigar de manera integral el impacto de la religión en las dinámicas de poder regional, contribuyendo a una comprensión más profunda de los factores que configuran la geopolítica del mundo árabe contemporáneo.
Estados Confesionales 101: Las Bases del Análisis
En el análisis de las relaciones internacionales de los estados árabes, el concepto de confesionalidad se refiere a la influencia determinante de la afiliación religiosa (sunita o chiíta) en la estructura política y diplomática de dichos estados. Este fenómeno tiene implicaciones clave en su política exterior, particularmente a la hora de formar alianzas estratégicas o de entrar en conflictos sectarios dentro del ámbito regional.
En este contexto, la diplomacia religiosa, se convierte en un componente fundamental al influir en las decisiones de política exterior de los países árabes, ya que sus relaciones internacionales suelen estar marcadas por lealtades religiosas que trascienden las fronteras nacionales. Esta influencia sectaria puede generar tanto alianzas como tensiones, ya que los estados buscan fortalecer sus vínculos con actores que comparten su misma orientación religiosa y, al mismo tiempo, enfrentarse a aquellos con los que existen profundas diferencias sectarias.
En términos de conflictos sectarios, estos son el resultado directo de la rivalidad histórica entre las ramas sunita y chiíta del Islam, que ha dado lugar a disputas por la hegemonía religiosa y política en la región árabe. Se plantea que la confesionalidad sunita y chiíta de los estados árabes determina significativamente su política exterior, moldeando tanto alianzas estratégicas como conflictos regionales. Sin embargo, esta creencia carece de matices que reflejen cómo esta confesionalidad no solo influye en las decisiones políticas internas de los estados, sino también en sus relaciones internacionales, particularmente en el contexto de la competencia por la supremacía religiosa y el control de recursos clave.
Una breve historia de los Estados Confesionales Árabes
Un Estado confesional es aquel en el que la religión juega un papel central en la configuración del poder político y en la estructuración de las leyes y normas del Estado. En este tipo de sistema, una o varias religiones son reconocidas oficialmente y se integran de manera explícita en la política y la gobernanza. Las instituciones religiosas pueden tener una influencia directa sobre el gobierno, o bien este puede adoptar leyes y principios basados en creencias religiosas específicas. En muchos casos, el sistema político y social está orientado a garantizar la representación y los derechos de la religión dominante, o de aquellas que están reconocidas como oficiales, mientras que otras confesiones pueden sufrir limitaciones en términos de libertad religiosa y derechos civiles.
A modo de contraste, y con el propósito de tener una mejor comprensión de lo que implica que un Estado sea confesional, tenemos que hablar de la antípoda de este. Un Estado secular se define como aquel que, en principio, no reconoce ninguna religión como oficial ni permite que las creencias religiosas influyan directamente en las políticas del Estado. En los sistemas seculares, el gobierno se separa de las instituciones religiosas, garantizando la libertad religiosa para todos los ciudadanos y manteniendo una neutralidad frente a las distintas creencias. La laicidad, en este caso, asegura que las decisiones gubernamentales no estén basadas en doctrinas religiosas, sino en principios legales universales (Esposito, 2018). Esta separación se considera fundamental para evitar la discriminación religiosa y para la construcción de un orden político que proteja la diversidad y pluralidad religiosa de la sociedad.
En el mundo árabe, la configuración de un Estado confesional tiene raíces profundas en la historia del Islam y en la evolución de las dinastías y los imperios musulmanes. Tras la caída del califato islámico y la formación de los estados nacionales en el siglo XX, varios países árabes adoptaron sistemas políticos que reflejaban la orientación religiosa predominante de sus poblaciones. No obstante, en muchos casos, esta influencia religiosa no se formalizó plenamente hasta la consolidación de regímenes en la segunda mitad del siglo XX.
La diplomacia religiosa
Existen varios tipos de diplomacia, sin embargo, uno que suele pasar por alto en el estudio de Estados confesionales, es la de tipo religioso. La diplomacia religiosa es “una forma de relaciones internacionales que se basa en principios y valores religiosos para construir y fomentar la colaboración entre países, culturas y religiones.” (International Christian Embassy Jerusalem, 2023).
El ejemplo por antonomasia de la diplomacia religiosa, al menos desde Occidente, es el papel del Vaticano, que utiliza su influencia como centro de la Iglesia Católica, para mediar en conflictos internacionales, promover derechos humanos y fomentar la paz. Situándonos en el mundo árabe, Arabia Saudita, como líder del Islam sunita, utiliza su influencia religiosa en el mundo islámico para mejorar sus relaciones con otras naciones musulmanas, a menudo mediando disputas o colaborando en iniciativas contra el extremismo.
El impacto de la diplomacia religiosa en la política exterior de los países árabes es significativo, ya que la religión desempeña un papel central en la identidad y en las decisiones políticas de la región. En países como Arabia Saudita y Egipto, la religión no solo es un pilar cultural, sino también un instrumento para proyectar poder y establecer relaciones estratégicas. Arabia Saudita, como defensor del Islam sunita, ha utilizado su liderazgo religioso para fortalecer alianzas con otras naciones de mayoría sunita, como Egipto y Jordania, mientras que sus políticas religiosas también han sido una fuente de tensión con países de mayoría chiíta, como Irán, exacerbando las rivalidades sectarias en la región. De este modo, la diplomacia religiosa en el mundo árabe actúa como un factor de cohesión entre países que comparten una misma corriente religiosa, pero también puede alimentar conflictos, especialmente cuando las interpretaciones de la religión se politizan.
Las diferencias entre las principales ramas del Islam, el sunismo y el chiísmo, son fundamentales para comprender cómo la diplomacia religiosa puede dar pie tanto a alianzas como a conflictos. Los países de mayoría sunita, como Arabia Saudita y Egipto, y los países de mayoría chiíta, como Irán e Irak, a menudo usan la religión como un medio para afianzar su influencia en la región, pero también para rivalizar con sus adversarios sectarios. Estas diferencias se reflejan en la política exterior, donde Irán busca expandir su influencia en el mundo árabe a través de su liderazgo chiíta, mientras que Arabia Saudita lucha por mantener su predominio sunita. Esto ha dado lugar a alianzas estratégicas entre naciones con creencias religiosas similares, pero también a una escalada de tensiones, como se ve en los conflictos de Siria, Yemen y Bahréin, donde las rivalidades sectarias han jugado un papel crucial en la exacerbación de los conflictos.
La Revolución Islámica de Irán
La Revolución Islámica de Irán de 1979, encabezada por el ayatolá Ruhollah Jomeini, es frecuentemente vista como el inicio de un régimen teocrático estricto y represivo, pero este no fue siempre el caso. Antes de la revolución, bajo el liderazgo del sha Mohammad Reza Pahlavi, Irán experimentó un período de apertura y modernización, con reformas que incluían la promoción de los derechos de las mujeres, la secularización del gobierno y la adopción de políticas occidentales en muchos aspectos de la vida cotidiana.
Más para mal que para bien, este proceso de modernización provocó una creciente disconformidad entre sectores religiosos y tradicionales de la sociedad iraní, quienes veían estas reformas como una amenaza a los valores islámicos y culturales. En este contexto, la Revolución Islámica marcó un giro drástico, transformando de manera abrupta el país hacia un sistema teocrático, donde el clero chiíta, liderado por Jomeini, estableció un régimen que impuso valores islámicos estrictos, modificando radicalmente las libertades sociales y personales, especialmente en lo que respecta al comportamiento de las mujeres y la vida pública.
Lo interesante es que esta revolución no tuvo como única motivación el rechazo a la modernidad occidental, sino que también estuvo profundamente motivada por un conflicto sectario dentro del mundo islámico, específicamente entre chiíes y suníes. Si bien la Revolución se presentó como un movimiento de resistencia contra la opresión imperialista y la secularización, también reflejaba las tensiones internas dentro del Islam.
Irán, de mayoría chiíta, se encontraba en una región dominada por naciones de mayoría sunita, lo que generaba fricciones tanto a nivel regional como dentro de la misma comunidad musulmana. La Revolución Islámica permitió a Irán afirmarse como líder del mundo chií y desafiar la hegemonía sunita en la región, especialmente en un momento en que la monarquía saudita y otros países sunitas veían con preocupación el ascenso del liderazgo chiíta. Esta rivalidad sectaria no solo reconfiguró la política interna de Irán, sino que también tuvo repercusiones en la política exterior, marcando el inicio de un período de tensiones sectarias que aún perduran en la región.
Rechazo a la modernidad, sinónimo de secularización
La Revolución Islámica de 1979 marcó un giro histórico al posicionarse como un rechazo contundente a los valores de la modernidad occidental, que, hasta entonces, habían moldeado gran parte de las estructuras políticas y sociales en Irán. Este movimiento no solo cuestionó la influencia del secularismo, sino que reconfiguró el concepto mismo de modernidad al integrarlo con una visión islámica específica, liderada por los principios chiitas de la Sharia.
Todo esto tuvo sus raíces en la profunda transformación bajo el gobierno del Shah Mohammad Reza Pahlavi, quien promovió políticas de modernización y secularización inspiradas en los modelos europeos. Estas medidas incluían reformas económicas y sociales que buscaban acercar al país al estándar de las democracias liberales y capitalistas occidentales; sin embargo, estas iniciativas fueron percibidas como una amenaza por amplios sectores de la sociedad iraní, que veían en ellas un intento de borrar las raíces culturales y religiosas del país
El Ayatolá Ruhollah Jomeini, canalizó el descontento popular hacia una narrativa que rechazaba tanto las políticas del Shah como los ideales de la modernidad secular. Jomeini calificó conceptos como democracia y derechos humanos universales de heréticos, argumentando que estos no se alineaban con los valores islámicos. Así, el nuevo régimen sustituyó las estructuras judiciales seculares con tribunales regidos por la Sharia y promovió una constitución basada en principios clericales. Este enfoque no buscaba integrar el Islam en un modelo moderno, sino establecer un paradigma completamente nuevo que desafiara la hegemonía occidental.
El establecimiento de la República Islámica en Irán planteó un desafío directo a los regímenes sunitas de la región, como Arabia Saudita, Egipto y Jordania. Estos Estados, en su mayoría alineados con Occidente, veían con preocupación el auge de un modelo teocrático chiíta que promovía la resistencia al imperialismo y la emancipación de los pueblos musulmanes.
La victoria de la Revolución Islámica, que fue una revolución chiíta, alentó movimientos políticos islámicos chiítas en países de mayoría sunita, inspirándolos a cuestionar la legitimidad de sus gobiernos, ya fueran laicos o monárquicos. Este fenómeno intensificó las tensiones sectarias, ya que Irán se convirtió en el principal defensor de los chiítas en la región, mientras que Arabia Saudita reafirmó su papel como líder del islam sunita. Algunos de los movimientos chiítas que Irán apoyo fueron Hezbollah en el Líbano y las milicias hutíes en Yemen; esto incrementó la rivalidad con Arabia Saudita y sus aliados.
La Política Exterior iraní postrevolucionaria
Tras la Revolución Islámica, Irán adoptó un enfoque de política exterior fuertemente influenciado por su identidad chiíta. El régimen de la República Islámica, bajo el liderazgo de la figura clave de Ruhollah Jomeini, buscó consolidar una influencia regional basada en la expansión de la ideología chiía y la oposición a las monarquías suníes, especialmente aquellas alineadas con Occidente. Este cambio transformó las relaciones diplomáticas, ya que Irán se distanció de los Estados suníes tradicionales, acusándolos de corrupción y de ser aliados de potencias extranjeras como Estados Unidos.
Gracias a este enfoque, Irán se posicionó como un líder del mundo musulmán chií, promoviendo movimientos de resistencia y organizaciones como la ya mencionada Hezbollah en el Líbano, lo que intensificó las tensiones con los países suníes.
El impacto de esta política en las relaciones de Irán con los Estados suníes ha sido profundo y, en muchos casos, negativo. La rivalidad se agudizó en cuestiones clave como la intervención en conflictos regionales (como Siria, Yemen y Bahréin) y el apoyo a grupos chiíes, lo que fue visto como una amenaza a la estabilidad política y religiosa de las monarquías suníes. Además, la competencia por la hegemonía en el Medio Oriente, sumada a las diferencias sectarias, transformó a Irán en un adversario geopolítico central para países como Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto, que temen que el expansionismo iraní pueda desestabilizar aún más la región.
Política Exterior Pre-Revolucionaria (Monarquía de los Pahlaví) | Política Exterior Post-Revolucionaria (República Islámica) | |
Orientación ideológica | Aliada de Occidente, especialmente de Estados Unidos, con enfoque secular y pragmático | Revolución islámica chií, con enfoque anti-Occidental y promoción del islamismo chií |
Relaciones con Estados suníes | Relaciones principalmente pragmáticas, buscando estabilidad regional y apoyo militar | Tensiones sectarias debido a la rivalidad chií-suní; oposición abierta a las monarquías suníes, especialmente en el Golfo Pérsico |
Relaciones con Occidente | Alianza cercana con Estados Unidos y Occidente; cooperación en seguridad, petróleo y modernización. | Oposición directa a Estados Unidos y Occidente; retórica antiimperialista y apoyo a movimientos de resistencia. |
Estrategia regional | Enfoque en la estabilidad del Golfo Pérsico y el equilibrio de poder, con una política moderada. | Expansión de la influencia en el Medio Oriente a través de alianzas con grupos chiíes (Hezbollah, milicias en Irak y Siria) y confrontación con regímenes suníes. |
Intervención en conflictos | Política más neutral en conflictos internacionales, buscando mantener la paz y la cooperación con Occidente. | Involucramiento activo en conflictos regionales (Siria, Yemen, Irak), apoyando a facciones chiíes y desafiando la influencia suní. |
Economía y comercio | Relación económica estrecha con Estados Unidos y Europa, principalmente en el sector energético. | Aislamiento económico debido a sanciones internacionales, pero fortalecimiento de lazos con países como Rusia, China y Siria. |
Liderazgo en el mundo musulmán | Influencia limitada, alineada con los intereses de Occidente. | Reivindicación del liderazgo en el mundo musulmán, promoviendo la ideología chií y buscando movilizar a los musulmanes contra el imperialismo. |
Fuente: Elaboración propia
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