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Dios y el deseo en la política del miedo

Diego Pereira Ríos [1]

            A cada acontecimiento en que la historia nos demuestra su devenir percibimos, casi como sin poder hacer nada, las irracionalidades en las que vemos al ser humano inmerso. En esta misma historia donde mientras unos perecen a diario sintiéndose abandonados por Dios y defraudados en sus creencias, otros aún creen tener el poder de inducir la voluntad de Dios a su favor y con ello llevar a cabo sus atrocidades. No es que en este mundo unos sean malos y otros buenos, sino que hay algo que el poder sigue creando en la mentalidad de todo ser humano que lo hace acreedor de una cierta idea de “bendición” especial por parte de Dios para que acompañe sus propias decisiones.

            El problema, por un lado, sigue siendo la partidización de Dios. Se siguen construyendo ideas acerca de que Dios está del lado de unos y en contra de otros, que Dios bendice las intencionalidades de un grupo humano para arremeter con todos los medios –incluyendo los violentos– en contra de los supuestos enemigos. Así lo hemos visto en las imágenes de la iglesia rusa que en medio de sus rituales acoge el deseo de la guerra de las milicias rusas en contra de sus hermanos ucranianos, por un lado, y creyentes de rusos y ucranianos unidos en oración para pedirle a Dios el cese de tanta violencia, por otro. De fondo percibimos un deseo de dominación, de sometimiento de unos sobre otros con fines claramente económicos, pero que superan la racionalidad posible de la conciencia del mal que se promueve. En estos deseos que dominan las posibles buenas intencionalidades “el hombre desea intensamente, pero no sabe exactamente qué, pues el ser lo que él desea, un ser del que se siente privado y del que cualquier otro le parece dotado”[2].

            En otro sentido, también existen de modo encubierto las propias pretensiones de las cuales se hace un cierto alarde en la dimensión pública, pero que a la interna se crean para disfrazar los miedos existentes. La misma inseguridad y la misma precariedad humana encierran consigo el miedo a dejar de existir, pero en vez de apuntar con ello a una mejor interconexión con los demás seres, a una mejor convivencia humana, se refugian en las trincheras del miedo y el ataque pasa a ser la mejor defensa. En este sentido “aunque se puede entender que los miedos dependen de las pretensiones, sin embargo, una reducción de las pretensiones no conlleva necesariamente la disminución de los miedos”[3]. Si bien, en cierto momento disminuyen los deseos de poder, el miedo queda instalado en la humanidad ante tales barbaridades.

            Entre deseo de más poder y de la instalación del miedo en la sociedad, aparece la idea de un Dios que debe impartir cierta justicia. Pero en la gran mayoría de los casos, la idea de un Dios justiciero –sea como vengador, sea como pacificador– sigue siendo manipulada por las diversas creencias religiosas que están sometidas al poder político. Lo irracional en estos casos proviene de que, en varios acontecimientos de la historia, la idea de ese Dios construido ha servido para justificar guerras y matanzas, como también la aceptación pasible de una injusticia totalmente desvergonzada. Por eso los países miembros de la OTAN deciden ser simples espectadores de la violencia en Ucrania, donde a lo sumo se acercan con una ayuda económica o armamentista que sólo promueve más la violencia.

            Haciendo referencia al juego de Gran Hermano –conocido por todos en el mundo entero– Bauman decía:

“La supervivencia es una oportunidad de la que sólo uno disfruta; la condenación es el destino del resto. Antes de ser expulsados por los votos de los demás, todos los jugadores participan en los sucesivos rituales de extradición con la satisfacción que sólo aporta el deber diligentemente cumplido, el trabajo bien hecho o la lección sólidamente aprendida; sus remordimientos quedan plenamente disipados ante la prueba de que las fechorías del vecino desahuciado justificaban de antemano la decisión posterior de expulsarlo”[4].

En este sentido, aunque unos se muestren en contra de quien está abusando de su poder para expulsar a otro, muchos se le unen en sus acciones con tal de sobrevivir. La supervivencia de unos indica la clara muerte de muchos otros, sin importar la complicidad de la cual el mundo entero es testigo.

            En medio de estos acontecimientos, Dios sigue rehén de las manipulaciones de aquellos que dominan el mundo. Entre los discursos de algunos líderes mundiales, como puede ser el Papa Francisco y su invitación a detener la guerra, Dios es llamado por muchos para frenar algo que solamente el hombre tiene el poder de hacerlo. Pero aun así,, no lo hace. Luego del rezo del Ángelus del domingo 6 de marzo, decía: “Envío un llamamiento de corazón para que se aseguren los corredores humanitarios y se garantice y facilite el acceso de ayuda a las zonas asediadas para ofrecer ayuda vital a nuestros hermanas y hermanos oprimidos por las bombas y el miedo”[5]. Palabras claras, pero siempre dejan un sin sabor pues, ¿quién escuchará al Papa? ¿Qué importancia tiene hoy Francisco para lograr que se frene la guerra? En medio de ello, siempre queda la idea de Dios atrapado y sin salida en juegos de un lenguaje que no logra cambiar conciencias que transformen la realidad.

            Quizá la misma conciencia humana, tema central de la mayoría de las religiones, deba ser aún liberada de los juegos del lenguaje que se desprenden del devenir de la historia, como también de los acontecimientos de la historia que condicionan la conciencia. Si Dios fuera de veras el gran deseo del ser humano como reflejo de plenitud humana, de armonía y de paz, todas las acciones, tanto religiosas como políticas, debieran ir en favor de la construcción de una idea de Dios que coincida con ello. Pero no. Quizá entonces “tenemos aquí un tipo de pecado que, entendido como infidelidad a Dios y obra destructora de la acción comunitaria, es debido en gran parte a una falsa conciencia [donde] este pecado se parece mucho a una enfermedad”[6].


[1] Uruguayo, Profesor de Filosofía y Religión, Maestrando en Teología Latinoamericana, Docente de Teología, Escritor y ensayista. Sus investigaciones van por el campo de lo religioso, la filosofía y la educación.

[2] René Girard, La violencia y lo sagrado (Barcelona: Anagrama, 1972), 152.

[3] Heinz Bude, La sociedad del miedo (Barcelona: Herder, 2019), 115.

[4] Zygmunt Bauman, Miedo Líquido (Barcelona: Paidós, 2007), 44.

[5] https://www.swissinfo.ch/spa/ucrania-guerra_el-papa-pide-que-cese-la-guerra-y-respeto-al-derecho-internacional-en-ucrania/47407090

[6] Gregory Baum, Religión y alienación. Lectura teológica de la sociología (Madrid: Cristiandad, 1980), 216.


*Imagen tomada de: https://www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2022-02/ucrania-guerra-nuncio-kulbokas-kiev-ayuda.html

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